miércoles, 20 de noviembre de 2013

Caldero malagueño de pescado, el hermano en la fe o el día que comí dos veces.


Nunca pensé que Ezequiel el pescadero tuviera ese afán  evangelizador cuando fui por primera vez a su puesto del mercado. Comprar allí era como ir a una catequesis improvisada, que impartía mientras gesticulaba con los pescados, los evisceraba y te los cortaba como querías. Todo  muy bíblico. Él, su padre y su hermano tenían barcas de pesca y todavía no sé porqué nos tomó tanto cariño.

- Usted se va a venir conmigo a pescar en la bahía un domingo por la mañana tempranito-, le dijo un día a Manuel, que por poco se cae el suelo de la impresión.
- Uy, nonono, que yo me mareo mucho-, contestó Manuel poniéndose pálido.
- Es cierto-, apunté yo, que conozco desde siempre la persistencia de los mareos de Manuel- se marea desde el muelle, viendo cómo se balancean los barcos amarrados en el atraque... También se marea en el coche si no conduce él, y a veces incluso conduciendo... Vamos, yo creo que aprovecha que no tiene otra cosa que hacer para marearse de vez en cuando...
- Pero hombre, si eso no es nada, que uno se acostumbra-, insistió Ezequiel.
- Ah, pero no importa, yo no me mareo y me encantaría ir -, sugerí yo con la esperanza de que me llevaran.
- Señora, usted no se moleste, pero las mujeres no hacen nada en los barcos de pesca, ahí sólo vamos hombres.
Mi gozo en un pozo. Por lista.













Yo diría que ese hombre estaba predestinado por aquéllo de ser pescador, debe ser que lo da el oficio. El caso es que Ezequiel también sintió la llamada para convertirse en pescador de hombres pero de la iglesia Evangélica que, como suele pasar en todas las iglesias, siente predilección por los hombres. Hay más alegría por un pecador arrepentido que por una oveja descarriada hembra que vuelve al redil. Debemos estar en una proporción de 1 a 50 por lo menos, a favor de los hombres. Manuel se convirtió en su hermano en la fe. Yo me quedé en pariente lejana y gracias.

En vista que Manuel no se iba a convertir en pescador por el inconveniente de los mareos, Ezequiel se empeñó en que fuéramos a comer un sábado a su casa. Él, su señora y sus hijos estarían encantados de comer con nosotros a partir de las cuatro y media de la tarde, antes no podía ser porque tenían que recoger el puesto, limpiarlo y todo lo demás.



Como las niñas eran pequeñas, no podían esperar a comer tan tarde, comieron a las dos en casa. Yo había comprado mejillones, conchas finas y les hice una tortilla de patatas. Cuando me puse a darles la comida, me entró un hambre horroroso y empecé a picar de aquí y de allí: un mejillón al vapor que me encantan; una concha fina que me pierden; un trocito de tortilla que estaba buenísima... Ya no pude parar. Resultó que al final habíamos comido las tres. Tomé café y todo rematando la faena.

Y llegó la hora de marcharnos a casa del hermano en la fe. Manuel me miraba de reojo.
Nos recibieron encantados y amabilísimos.
- Espero que les guste la comida - dijo Ezequiel -, que ya me he dado cuenta que a usted le gustan los mejillones, la conchas finas, las coquinas... siempre la veo cuando compra en el puesto de la Rubia. Ezequiel no vendía marisco, sólo pescado.
- ¡Qué detalle! -, agradecí yo mientras contemplaba las dos fuentes tamaño XXL de mejillones y conchas finas que aparecieron en la mesa. Me sirvieron. Mucha cantidad. Me miraron ilusionados. Mucho. Manuel sonreía y me miraba divertido.
Ataqué con decisión y me lo comí todo.










- ¿Ves como ya te decía yo que es lo que más le gusta?- comentó Ezequiel a su mujer más contento que unas Pascuas.
- Venga, un poco más, que hay que reservarse para el caldero que ha hecho mi señora- Y me sirvió otra vez.
- Ay, no gracias, yo es que como muy poco -, me defendí como pude. En aquel tiempo yo no pasaba de los 48 kilos. Como el que oye llover: más mejillones y conchas finas. Manuel ya se reía a carcajadas con cualquier tontería que se comentara en la mesa. Empecé a sudar.
Cuando llegó el caldero, perdí el color.
- Esto es gloria pura- dijo no sé quién, y me sirvieron un buen plato. Yo sudaba más y cambié a un amarillo pajizo raro.
- Exquisito- dije yo porque era verdad pero ya no podía más, mientras me dedicaba a masticar y tragar; masticar y tragar, intentando pensar en otra cosa. Dice Manuel que ahí fue cuando ya me puse de un color verdoso muy feo.
El postre me lo perdonaron porque dije que yo nunca tomaba postre.
Cuando salimos de allí a las ocho de la tarde, llevaba un empacho que me duró dos días. Tardé mucho en hacer caldero, era pensarlo y me ponía malísima.




Caldero malagueño de pescado
Ingredientes.
Caldo de pescado. Ver receta Aquí
1 kg y 1/2 de pescado de roca.
Ajos sin pelar y dados un golpe.
Fideos nº 2
Aceite de oliva.
Sal.

Elaboración.
Preparar un caldo con el pescado y según la receta que indico.
Retirar el pescado, limpiarlo de piel y espinas y reservarlo.
En una paella o fuente de barro con un fondo de aceite, rehogar los fideos removiendo continuamente.
Deben dorarse, pero cuidado que se queman con facilidad.
Cuando estén dorados, añadir el caldo poco a poco y seguir removiendo.
Cuando los fideos estén al dente y hayan absorbido el caldo necesario (dependerá de la cantidad de fideos), retirar y dejar reposar unos instantes.
Servir con alioli y el pescado desmenuzado.