miércoles, 10 de enero de 2018

Melva encebollada.




Este verano pasado ha sido especialmente largo. Llovió un par de días en agosto, septiembre no fue típico en cuanto al estado del mar y la temperatura, usualmente muy cálida pero el agua estaba movida y un poco fría. Octubre resultó ser el mes perfecto para ir a la playa. Buen tiempo porque ya no hacía un calor agobiante, el mar normalmente en calma de temperatura más que agradable, y lo mejor, casi nadie en la playa.
Como no hay nada perfecto, a mayor temperatura del agua del mar, más probabilidad de que haya medusas. Eso es algo que todos los que vivimos en el Mediterráneo tenemos muy en cuenta, de modo que nada más probar el agua con la punta del pie al llegar, como esté muy templada preguntamos a quien ande por allí si hay medusas. Más que nada, para no correr riesgos, es muy molesto tener un encuentro con estos especímenes. En realidad no pican, el desastre se produce con el simple roce de una de ellas. Si tenemos en cuenta que en Málaga las medusas son transparentes -aguas cuajás las llamaban precisamente por su aspecto-, y casi no se ven, o tienes mucho cuidado o se acaba la diversión por ese día. Si tengo que describir cómo es la picadura de una medusa, hay tres palabras clave: dolor, picor y quemazón.

Marinar con pimentón, vinagre
 y orégano
Rehogar los ajos, cebolla y laurel












Un día de Levante flojo de octubre, llegué a la playa con el mejor de mis ánimos. Un tiempo perfecto y casi nadie bañándose. A los pocos segundos de entrar en el agua, una señora se acerca y como era de esperar, me cuenta su vida desde que se bañaba en esta playa de pequeña con sus hermanos y padres, pasando por el traslado a Barcelona con una hermana suya en busca de trabajo, hasta la marcha a Suiza sin saber idiomas, persiguiendo siempre mejoras económicas y sociales. Todo un ejemplo de superación y coraje que me tendría absorta, si no fuera porque había grupitos de bañistas mirándonos desde la orilla. Esto me distraía y me tenía un poco inquieta.
De repente, uno de ellos me grita desde la arena.
- Señora, ¡que tiene una medusa detrás!
No sé cómo, salimos las dos en menos de un segundo, lo que hace el miedo.
- Y ustedes, ¿qué hacían ahí mirando sin avisar ni nada?
- Estábamos comentando lo valiente que es usted bañándose con tanta medusa.
- ¿Y yo qué sabía, hombre de Dios? No es valor, es que nadie avisa aquí, por lo visto.
Fui a sentarme en mi sillita de playa porque el día anterior ya habían desmontado las hamacas los del chiringuito.

Dorar por los dos lados
Añadir la melva, sin pasar por harina











Al filo de la una de la tarde, aparece alguien conduciendo una pala excavadora y se dirige a la torre de vigilancia del socorrista de la Cruz Roja. Mira, para variar una distracción inofensiva, pienso.
Al llegar, maniobra con la pala y ¡oh sorpresa!, levanta la escalera por debajo y se la lleva poco a poco y marcha atrás. Me parece tan curioso que grabo unos segundos con el móvil para tener un recuerdo. De pronto, se baja de la máquina y viene hacia mí. Esto no pinta nada bien, me digo a mí misma.
- Oiga, que no puede usted grabarme-, dice con cara de pocos amigos. Todo el mundo mirando.
- ¿Por qué?
- Porque está prohibido.
- Ah, ¿sí?
- Sí, porque yo soy un trabajador que está haciendo su trabajo.
- Ya. Entonces tampoco se puede grabar a la Legión con la cabra en Semana Santa, como están haciendo su trabajo... Ni al alcalde cuando da un discurso, ni a los bomberos... A ver, usted está en la vía pública y yo sólo he grabado cómo quitaba usted la escalera, me ha parecido curioso, eso es todo.
- Pero eso es atentar contra mi intimidad (¡¿?!). Oiga, que yo trabajo para CAT, una empresa de Madrid.
Ahora me entero que grabar a un operario de playas es entrar a saco en su espacio íntimo. No quiero ni pensar en qué ámbito se sitúa cuando le frota la espalda a su señora en la ducha, pongamos por caso. Lo de la empresa de Madrid no sé qué pinta en este asunto, es un dato superfluo un tanto extraño.
- Enhorabuena, ¡tiene usted un trabajo! Porque como está el país últimamente... Pero vamos, que sigo sin ver yo el delito.

Por último el vino blanco
Cocer tapado 20 min. aprox.












- Mire usted, como lo que ha hecho está prohibido, yo la puedo denunciar. Porque lo mismo me sube usted a las redes sociales (mira qué puesto está el muchacho).
- Vamos a ver, ¿le importa decirme cómo se llama?
- Antonio.
- Antonio, ¿qué más?
- No pienso decirle mi apellido-. Al final, este Antonio va a ser un famoso de incógnito, como si lo viera.
- Hombre, si me va a denunciar, me gustaría saber exactamente quién lo hace. ¿O es que me va a denunciar su em-pre-sa-de-Ma-drid?
- Que eso está prohibido por una ley.
- Bueno, dígame cuál y ya veré yo qué hago, Antonio.
- Que está prohibido, es como si yo vengo y la grabo a usted en la playa.
-Hágalo cuando quiera, no me importa, a lo mejor me sale novio y todo.
Antonio se quedó mirándome sin decir nada. Se produjo una especie de duelo de miradas en silencio hasta que dije.



- Antonio, ¿no le parece que hace mucho calor para ponerse a discutir por algo tan tonto como esto? Que no es nada personal, que a usted yo ni le conozco, que era lo de la escalera, nada más.
- Bueno, si no la voy a denunciar ni nada.
Qué buena persona después de todo, Antonio. Espero que no se enteren en su empresa de Madrid que ha perdido como quince minutos de su horario laboral con el tole-tole de las leyes que prohíben hacer vídeos en las calles y playas.
- Venga, pues ya está. Mucha calma, hijo mío.
Total, que hemos sido el pasatiempo de los bañistas por culpa de la manía persecutoria de Antonio.
Aquí está el vídeo incriminatorio, en el que ni siquiera se distingue a Antonio, pero no me ha dado la gana de decírselo. Y sí, ahora ya está en las redes sociales.

También hay un señor que observa atentamente el acto íntimo de Antonio trabajando en la playa. A él no le amenazó con una denuncia porque mirar no está prohibido por ninguna ley. Todavía.





Esta receta de melva me la dio un pescadero en El Puerto de Santa María. Desde entonces, suelo prepararla así.

Melva encebollada

Ingredientes.
Una melva de 1,5 kg aproximadamente, limpia y en rodajas.
1 cebolla cortada en juliana.
2 o 3 dientes de ajo troceados.
1 vaso de vino blanco de buena calidad.
1/2 vaso de vinagre de vino blanco o de Jerez. En este caso, poner solo 1/4 de vaso.
2 hojas de laurel.
Pimentón dulce.
Orégano.
Sal.
Aceite.

Elaboración.
Salar las rodajas de melva y ponerlas a marinar con el vinagre, el pimentón y orégano, una hora más o menos.
En una sartén, rehogamos el ajo y la cebolla con el laurel hasta que esté blando. Entonces colocamos las rodajas de melva sin enharinar, y las doramos por los dos lados.
Añadimos el vino blanco y dejamos cocer tapado 15 o 20 minutos aproximadamente. 
Yo lo sirvo con pimientos rojos asados. 


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