viernes, 8 de febrero de 2013

Bizcocho genovés y las mascotas



Cuando mis sobrinos Michael y Caridad eran pequeños, venían de vacaciones todos los veranos desde EE.UU con su madre, mi hermana Conchi. Celebrábamos en casa el cumpleaños de Caridad con un pastel elaborado a partir de este bizcocho. El resto del verano, procuraba tener en casa un bizcocho genovés porque Michael llegaba, preguntaba por el Birthday cake y luego se dedicaba a perseguir a Flor, la gata siamesa que nos permitía vivir con ella. Hasta que un día en que la arrinconó en la cocina, la gata dio un bufido de aviso y como Michael seguía queriendo jugar con ella, levantó una pata y ¡ras! le arañó un labio, eso sí, elegantemente. Los gatos necesitan mucho espacio, Michael ya lo sabe.


Tenía Flor alrededor de cuarenta días cuando la llevamos a casa y fue Maricruz quien le puso ese nombre, acababa de ver Bambi. De modo que nuestra mascota era un gato con nombre equívoco de planta y además, era hembra y no macho como la mofeta de la película de Disney, un jaleo vamos.

No sabíamos que, como todos los siameses, la gatita era una saltimbanqui de circo, que corría a toda velocidad por encima de las bibliotecas, armarios y muebles en general; todo el mundo piensa que los gatitos están siempre dormitando, comiendo, a su aire y que son el paradigma de la independencia suprema. Pues no. Resultó cariñosa, curiosa y al llegar el tiempo del celo, una vergüenza para todos. Tenía unos celos escandalosos a más no poder, maullaba como si la estuvieran matando, con desesperación y a grito pelado, ante el pasmo y comentarios de la vecindad que llevaba un registro minucioso de los altibajos hormonales de Flor.


La llevamos al veterinario que le recetó unas pastillas tranquilizantes. La cosa se puso peor. No hay manera de darle una pastilla a un gato. Intentamos engañarla camuflando el fármaco en bolitas de paté pero se comía el paté y escupía el comprimido intacto. A continuación, probamos a machacarlo y disolverlo en el agua de su cuenco, y la volcaba con la patita ipso-facto, era listísima Flor. Al final, tuvimos que aprender a inmovilizarla entre dos o tres y hacérsela tragar quieras que no. Terminábamos todos sudando, despeinados, llenos de arañazos y con una mala conciencia que no veas, porque no nos parecía que fueran maneras.


La volvimos a llevar al veterinario para que la esterilizara y así lo hizo. El día que la operaron fuimos a recogerla después de la intervención; el veterinario nos dijo que todo había salido bien, que estaba en recuperación, nos dio indicaciones para la convalecencia... todo eso que se dice a los familiares.











- Ahora mismo la traemos, le hemos puesto un collar isabelino para que no se lama la herida.
- Ay, ¡qué mona va a estar! - susurré yo a Manuel y las niñas, imaginando a la gatita con una gola de encaje y todo. Y en esto, apareció la auxiliar del veterinario con Flor en brazos y un tiesto de maceta de plástico, de los que se compran en los viveros, alrededor del cuello.
- Pero si le habéis puesto un tiesto de maceta, por favor... 
- Claro, eso es el collar isabelino, mujer, -  me dijo como si fuera lo más normal del mundo, lo de tener a los animalitos con la cabeza asomando por un tiesto.
- Pues yo diría que tiene toda la pinta de ser un tiesto de Viveros Guzmán - observé con mirada crítica - Se nota que es nuevo, ¿eh? y está muy limpio - aclaré, a ver si iba a creerse que me estaba quejando, sólo estaba sorprendida, hay que entender que era la primera vez que operaban a una mascota nuestra.


- Bueno, como se llama Flor, después de todo no le queda muy mal, se diría que es lo suyo - reconocí yo, que tengo buen conformar.  Los que estaban en la sala de espera con sus mascotas opinaron que sí, que era un nombre muy bonito pero raro para una gatita, y que el tiesto le iba como anillo al dedo.  Se abrió la puerta de la clínica y entró una pareja con un perrito que llevaba la cabeza asomando por una especie de pantalla de lámpara.
- Y a este ¿Qué le pasa? Que se llama Luz ¿No? - Manuel se quería morir...




Ingredientes.
200 gr de harina de repostería.
200 gr de azúcar.
5 huevos.

Elaboración.
Separar las yemas de las claras. Batir las yemas con el azúcar hasta que resulte una crema homogénea, a punto de relieve. Hay que batir bien.
Montar las claras a punto de nieve y agregarlas a la crema, removiendo con cuidado hasta que estén bien mezcladas.
Tamizar la harina e incorporarla suavemente. Mezclar sin batir. Esto es importante, porque el bizcocho subirá en base a la cantidad de aire que conserve.
Encamisar el molde con mantequilla y harina y llenar con la masa sólo hasta las 2/3 partes, ya que al cocer, crece.
Hornear a 180º durante 30 minutos aproximadamente, calor arriba y abajo.
Desmoldar caliente o tibio y enfriar sobre una rejilla. Decorar o servir tal cual.

Nota. El bizcocho genovés, se utiliza para tartas y pasteles rellenos. Si se hornea en una placa de horno extendido, se puede rellenar y enrollar; es lo que llamamos Brazo Gitano.