domingo, 16 de abril de 2017

Salpicón de cangrejo, merluza, gambas y cigalas


Mi hermana Paloma quería comprar una alfombra y otras chucherías, nuestra amiga Anate también tenía que comprar no recuerdo qué, y yo que no tenía nada que comprar pero que me apunto a lo que sea, organizamos una visita a Ikea, ese sitio tan encantador que es como el Hotel California del que nunca puedes irte por mucho que lo intentes.

Cocer la merluza con ajo, perejil, unas
gotas de aceite, sal y limón.
Escurrir la carne de cangrejo.












Vinieron a recogerme en el coche de Anate y nada más entrar, me encuentro un melón estilo Cantalup en el suelo en la parte de atrás.
- ¡Hombre, Wilson! -, dije yo que desde que vi la película Náufrago en la que Tom Hanks, ese moderno Robinson Crusoe que se curte durante cuatro años en una isla desierta y en vez de rescatar a su Viernes, como la isla está desierta del todo, no tiene otro remedio que hacerse amigo de un balón de voleibol al que llama Wilson, pues me da cierta ternura todo lo que tiene esa pinta. Y encima, el mal rato que pasa el pobre cuando pierde en el mar a Wilson a punto de ser rescatado, que le pide perdón y todo llorando a moco tendido. Que veo un repollo en la frutería y ganas me dan de pedirle al frutero "un Wilson" del terreno.
- Ten cuidado que ahí detrás hay un melón -, advirtió Anate, cuando yo ya había colocado con todo mi cariño a Wilson en el asiento a mi lado.

Cocer las gambas y las cigalas. Aprovechar
las huevas si las hay.


Aparcamos y entramos justo por las puertas de salida, Anate dijo que a ella le gusta más. Yo que me pierdo hasta cuando entro por la entrada principal, para qué quería más. Todo el rato intentando no perder de vista a Paloma y Anate entre un gentío deambulando por todos sitios como el pueblo de Israel por el desierto, con cara de estar tan a gusto que parece que viven allí. Recorrimos toda la planta baja y, cosa rara en mí, no tenía día de comprar, qué angustia. Al final compré una sartén para crepes y dos tonterías más. Luego subimos a la planta superior y la recorrimos entera hasta que llegamos donde las alfombras. Yo ya no podía dar un paso más pero no tenía otra opción, no me iban a llevar dentro del carrito como a los nenes pequeñitos aunque bien mirado, tampoco estaría mal... Vimos todas esas cocinas tan monas que no les falta un detalle; los pisos de 30 metros que tienen de todo y siempre están llenos de gente que curiosea como si tener un mini piso fuera el sueño de sus vidas; dormitorios; salones; mobiliario de terraza..., un mareo horroroso que ya no sabes ni por dónde vas.

Trocear el pimiento y la cebolla.
Trocear los huevos cocidos.













Paloma que es muy organizada y previsora, llevaba las medidas de la alfombra y cuando yo la vi no me lo podía creer.
- Pero hija mía, ¿dónde vas a poner eso tan grande?
- Es para el salón,
- Ya. Pues nada, a ver cómo la metemos en el coche, pensé yo que era la que iba detrás con Wilson y me temía lo peor.

Al cabo de mucho tiempo, estuvimos listas para pagar. Me di cuenta de que no pasaba por Ikea hacía meses porque ahora hay cajas de autopago. O sea, que tú lo haces todo: tienes que pasar el lector laser de código de barras de tus artículos; eliges en la pantalla táctil la modalidad de pago, la tarjeta que quieres usar, averiguas cuál de las ranuras es para la tarjeta bancaria, introduces el número secreto, pagas, recoges el tique de compra y luego te vas mientras intentas controlar el ataque de nervios que llevas a estas alturas.


Añadir el resto de ingredientes escurridos
y troceados.

Había una empleada de Ikea organizando la cola de gente que queríamos pagar. Con unas dotes de mando que más parecía una funcionaria de prisiones que una empleada. Daba miedo. Cada vez que una caja se quedaba vacía, ordenaba al cliente de turno que entrara en el recinto. Cuando nos tocaba a nosotras, nos dio paso y fuimos las tres a la misma caja.
- No, no, nooo. Tienen que ir cada una a una caja distinta -, dictaminó en plan sargentona.
- ¿Por qué? Si vamos a pagar cada una nuestras cosas, es como si fuéramos tres clientas distintas en la misma cola, saldrán tres facturas -, dije yo que tengo la manía de no callarme, sobre todo si pienso que algo es absurdo.
- Pues porque no se puede, así que cada una tiene que ir a una caja.
- Bueno, ¿y si cojo mis cosas y me pongo detrás de cualquiera de ellas?
- ¡Que le he dicho que no!

Caramba con la marimandona... Como no era plan de que Paloma fuera cargando con la alfombra que era grande de verdad, que por lo menos cabían dos Cleopatras dentro en línea, Anate y yo cogimos cada una nuestras cositas y fuimos a buscarnos la vida bajo la vigilancia de la sargento de hierro que si hubiera sido Clint Eastwood me habría gustado más. Pero nada que ver. Yo me hice un lío con el lector laser, y la sargento semana se dio cuenta.
- ¡Un momento, un momento!
- ¿Qué? ¿Qué pasa ahora? -, de verdad, qué estrés.
- Que ha pasado cuatro artículos y usted sólo lleva tres.
- Ay, perdone, es que es la primera vez que trabajo de cajera en Ikea. Si por lo menos nos dieran un cursillo rápido...

Aliñar con una vinagreta y emplatar.


Los que esperaban su turno se pusieron a reír, yo terminé con éxito, salí del atolladero y de la perversa línea de caja. Fue entonces cuando me di cuenta de que Paloma seguía en su caja y Anate que ya había pagado estaba con ella. Tardaron un ratazo en acabar y me contaron que con los nervios Paloma tecleaba el número secreto de una tarjeta que no era la que pretendía usar. Se puso más nerviosa todavía cuando los del Banco le mandaban SMS preguntando cuál era el problema. Surrealista total.
Salimos, encontramos el coche en el aparcamiento, lo que tiene su mérito si la referencia es "estaba justo al lado del cuatro por cuatro negro", y no hubo problema con la alfombra. Viajó atravesada en diagonal en la parte de atrás, de manera que me atacaba todo el rato a la cabeza por mucho que intentaba mantenerla a raya. Llegué a casa con tortícolis. Wilson se quedó en el coche y a mí me dan ataques de risa cada vez que preparo crepes.

Salpicón de cangrejo, merluza, gambas y cigalas.

Ingredientes.

1 buena rodaja de merluza fresca.
1/2 kg de cigalas frescas.
1/2 kg de gambas de buen tamaño.
1 lata de 500 gr de cangrejo de mar cocido o un buey de mar cocido y desmenuzado.
2 huevos cocidos.
2 pimientos verdes.
1 cebolla.
Perejil.
2 ó 3 dientes de ajo pelados y enteros.
Limón.
Aceite de oliva.
Vinagre.
Sal.

Elaboración.
Cocer los huevos durante 10 minutos.
Cocer la merluza en agua con un chorrito de aceite, una rama de perejil, los ajos pelados y enteros, sal y unas gotas de limón.Escurrir, reservar y cuando esté fría, desmenuzar.
Cocer en agua y sal el marisco. Pelarlo y trocearlo no demasiado pequeños. Si tenemos el cangrejo de lata, escurrirlo. Si no, cocer el buey de mar y desmenuzarlo.
Trocear el pimiento y la cebolla y disponerlo en un cuenco grande.
Trocear los huevos y añadirlos al cuenco.
Incorporar el resto de los ingredientes.
Aliñar con una vinagreta, remover bien y entrar al frigorífico. Cuando esté fresco, emplatar y servir.



2 comentarios:

  1. Como siempre, toda una aventura acompañarte, ya sea al Ikea o a cualquier otro lugar al que has conseguido que me "enganche" de tu brazo leyendo tus historias. Lástima que no he podido probar ésta delicia de salpicón en la realidad, aunque he de confesarte que virtualmente me has hecho salibar.....una verdadera ricura; así que te envio un "Sol" malagueño (que no repsol) que debes unir a tus estrellas "Miguelin".
    Un fuerte abrazo...

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    1. Ay Toñi, menos mal que esta vez me has acompañado aunque sea de manera virtual, porque no pienso volver a Ikea hasta que se me olvide lo de pagar. Si tú vas, luego me cuentas cómo va la cosa, ¿vale?
      El salpicón te lo preparo cuando quieras, que es fácil y está buenísimo. Sólo ha una condición: los surimis no entran a mi casa. Si no hay cangrejo o buey de mar, cualquier otra cosa menos los palitos esos que a saber de qué están hechos.
      Besitos, guapa!

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