sábado, 22 de agosto de 2015

Buey de mar relleno, el calor y el atontamiento



Hace calor, hace mucho calor desde hace muchas semanas y es un calor que no da tregua: mañana, tarde, noche y madrugada. Tenemos noches tropicales, que suena exótico pero en la vida real quiere decir que no puedes dormir porque el aire es sofocante y no sabes si irte a la cama o bajar a la playa y meterte por la blanda arena que lame el mar, hasta el agua profunda para recostarte arrullada por la canción que canta en el fondo del mar... la caracola; que es lo que hizo aquella Alfonsina de Mercedes Sosa por un sendero de pena y silencio, acompañada por sabe Dios qué angustia y por su soledad; buscando poemas nuevos y que una voz antigua de agua y sal la fue llevando allá como en sueños, vestida de mar y nunca más volvió. Una pena. 

Cocer a fuego vivo y tapado 8 min.
Sacar y dejar enfriar











A mí el calor me atonta, no estoy en lo que estoy. A otras personas las vuelve irritables, como comprobé la semana pasada cuando fui al cajero automático del banco una mañana asfixiante que caminábamos todo el mundo pegados a las paredes como las lagartijas, pero mucho más despacio. El cajero está en una esquina donde confluyen cuatro calles, pasa mucha gente, hay tráfico y una barbaridad de ruido. Cuando quise meter la tarjeta, no entraba. Lo intenté unas cuantas veces, y nada.
- @##@@### ... EEETAAAA-, oía yo en medio del barullo envolvente.

Partir por la mitad
Abrir y quitar las barbas










Los viejecitos  que se pasan la vida sentados en un banco enorme, cuadrado y adornado con azulejos, cortesía de la Asociación de Vecinos, me miraban muy atentos apoyados en sus bastones y andadores, mientras yo me empeñaba en que entrara la tarjeta.
- ¡¡@###@@###... EETAAAA!!-, seguía oyendo yo cada vez más fuerte.
Los viejecitos señalaban ya con los bastones a mi derecha. Allí había un hombre agarrado a la puerta del banco, con medio cuerpo fuera que gritaba con desesperación.
- ¡¡Que no meta la tarjeta!!
-Ah, que es a mí... Oiga, que no hace falta que grite de esa manera, hombre.
-Es que llevo un rato diciéndole que-no-meta-la-tarjeta, y usted, ¡nada!
- ¿Y yo qué sabía que era a mí?  ¿Usted piensa que voy a estar pendiente de todo lo que grita la gente? Además, ¿Por qué no suelta usted la puerta, viene hasta aquí y me lo dice en un tono normal? ¿Van a quitarle el puesto si sale usted del banco?
- Que estamos actualizando el cajero, si mete la tarjeta se le va a romper.
- Vale, pero no me grite, que no es necesario, no estoy acostumbrada yo a semejantes voces, hijo mío.
-Pues meta la tarjeta, a ver si se le rompe, y ya está. 
Dio un portazo y se metió dentro.
- Sí que le sientan mal a este hombre los calores -, opiné dirigiéndome al senecto público de la grada.
 Los viejecitos cabecearon apoyados en sus adminículos ortopédicos y me fui a otro cajero.


Limpiar, sacar el coral y la carne
Separar las patas y limpiar











Cascar las pinzas. Un martillo, es perfecto.

Lavar el caparazón y reservar
(éste era precioso...)













Esta vez sí entró la tarjeta, qué suerte. Siguiendo las indicaciones de la pantalla, tecleé el número secreto, pulsé la opción de 'sacar dinero', dije que no quería comprobante, que no deseaba hacer otra operación después de esa, leí que querían ser mi banco como siempre y,  como siempre, murmuré con hastío: 'si ya sois mi banco, por dios...' 
Y de repente: 'operación anulada, retire su tarjeta'. 
- ¿Aquí qué pasa ahora? 
Pues pasaba que la tarjeta que salió, era la tarjeta sanitaria de la Seguridad Social que, entre el calor que me atonta y que todavía seguía pensando en el sujeto vociferante, me había equivocado. Ese cajero automático había leído el chip de una tarjeta que no era de ningún banco, y fue tan considerado que me la devolvió sin más. Me quedé como congelada en el tiempo, la tarjeta entre el pulgar y el índice, estilo árbitro de fútbol, hasta que reaccioné a carcajadas mientras repetía la operación, esta vez con la tarjeta adecuada.
 La próxima vez, pruebo a pedir cita para el médico, a ver si hay suerte. 

Hacer la farsa
Salen fácilmente




Rellenar y servir
Buey de mar relleno

Ingredientes.

1 buey de mar, mejor si es hembra.
1 copa de vino blanco seco de buena calidad, o brandy.
1 huevo cocido.
2 ó 3 cucharadas de mayonesa casera. También puede ser de bote, pero me gusta más hecha en casa.
El zumo de medio limón.
1 cucharada de mostaza suave.
  • Para cocer el buey: Agua que lo cubra, un vasito de vinagre, granos de pimienta al gusto, 2 hojas de laurel, y 4 cucharadas de sal.
Elaboración.

Si el buey está vivo, partir de agua fría. Si no, cocer en agua hirviendo. Éste lo compré vivo, pero entre el calor y lo que tardé en volver a casa, se murió. 
Zambullir el buey en el agua hirviendo y cuando recupere el hervor, contar 8 minutos con la olla tapada. Sacar y dejar enfriar.
Abrirlo y quitar las barbas. 
Limpiar el caparazón por dentro, sacar las huevas (era hembra) y las partes comestibles. Hay una especie de telillas y una bolsa justo debajo de la boca, que hay que tirar.
Lavar bien el caparazón y reservar.
Cascar las pinzas con un martillo u otro instrumento pesado, así salen con toda facilidad.
Desmenuzar la carne, retirando una pluma que tienen en medio.
Retirar toda la carne que hay en la zona adyacente a las patas. Esto es lo más tedioso.
Colocarlo en un cuenco grande, añadir el zumo de limón, el vino blanco o el brandy, el huevo duro cortado en trozos pequeños, la mostaza y la mayonesa. Mezclar bien.
Rellenar el caparazón y refrigerar hasta poco antes de servir para que se atempere.
Emplatar y servir.

Nota: no hay vídeo, hice las fotos de noche y la luz no era buena. 



lunes, 3 de agosto de 2015

Merluza al Oporto a la Montignac, y el técnico de la hornilla.


Nadie me dijo, cuando puse la cocina nueva, que la hornilla de cinco fuegos y 70 cm de ancho que tan alegremente elegí, era una hornilla semi-profesional. Y por lo tanto, que había que limpiar los chiclés todos los años. Yo, que ni sabía que eso tenía chiclés, empecé a notar que cada vez salía menos gas por los quemadores, y visto lo visto, pensé que la compañía de gas natural estaba dando menos por el mismo precio, hasta que me di cuenta de que no pasaba lo mismo con el calentador del agua. Por esta vez, no me timaba ninguna compañía. Eso va a ser la hornilla pensé, e ipso facto, llamé al servicio técnico.

Pasar por harina de garbanzos y freír
Añadir los ajos picados










Vinieron dos operarios, uno de ellos cojeando porque se acababa de machacar el pie con la puerta de la furgoneta, y los dos sudando a mares gracias a la ola de calor que nos alegra los días y las noches.
- Uhh... ¿Cuánto hace que no limpian los chiclés?
- Los ¿qué?
- Los chiclés, señora.
- Pues... nunca, a mí nadie me ha dicho que esto tiene algo que se llama chiclé, la verdad. Y la hornilla tiene dos años y tres meses. Además, a las otras hornillas no han tenido que limpiarle los chismes esos nunca.
- Ya, pero es que ésta es una hornilla semi-profesional, ¿Sabe usted? Y tal y como está el asunto, va a haber que cambiarlos.
- ¿No los podemos limpiar con lo que sea?-, dije yo, viendo venir la factura.
- No señora, esto hay que hacerle un mantenimiento por lo menos una vez al año, que se nota que aquí guisa usted mucho. Es que están prácticamente obstruidos, no se pueden limpiar. A los restaurantes vamos cada tres meses no le digo más.
- Bueno, ¿y cuándo van a cambiar los chiclés?
- Hay que pedirlos a Barcelona, en una semana o diez días, los tendremos aquí.


Y la cebolla
añadir un poco de agua










Resumiendo, una factura disparatada, de la que tuve que pagar por adelantado el 50%. Ahora la que sudaba era yo.
- Menos mal que no ha sido la junta de culata - bromeé para quitarle hierro al asunto -, que una vez se rompió la del Peugot y me costó un ojo de la cara.
- Pues también hay que cambiar las gomas de las juntas, que están fatal.
No sé para qué hablo a veces, la verdad.
Y allí se fueron, mientras le deseaba una pronta recuperación al que cojeaba, que lo cortés no quita lo valiente.
Pasaron dos semanas, pasaron tres, y tuve que  llamar al taller. Que habían venido unos chiclés pequeños y los míos eran de los grandes, que acababan de llegar los nuevos y estaban descargando el camión. El técnico me llamaría al día siguiente. A la cuarta semana, llamé de nuevo. Resultó que el programa informático, cada vez que entraban para ver mi código de cliente, cerraba el pedido como si ya lo hubieran resuelto. Ese programa funcionaba fatal, y casualmente, sólo me había pasado a mí. Que el técnico iría el día siguiente a las diez de la mañana. A las diez y cuarto llamaba yo, que ya tenía costumbre de hablar con el servicio técnico y era como si me faltara algo. Estaba buscando aparcamiento. Me fui a la ducha porque tenía muchas gestiones que hacer y cuando salí ya estaba allí liado con la hornilla. Era el mismo del pie, que ya se le había curado y todo.

Removiendo


A continuación, el vino de Oporto


Empecé a recoger, de prisa y corriendo, todas mis cosas: las llaves, el monedero, las gafas de sol, el móvil... todo al bolso.
- ¿Y ahora qué le pasa al móvil?¿Pues no tiene otro fondo de pantalla? Oish, qué cosa más rara... ¡Y me pide un patrón de dibujo! Ya me han hecho la portabilidad los de Vodafone y me han cambiado la configuración, vaya tela...
- Eso del patrón de dibujo es para bloquear la tarjeta SIM, ponga uno que recuerde bien -, dijo Rosana que está a la última en esto de las telecomunicaciones.
- Uhmm... una cruz, y así no se me olvida.
'Patrón de dibujo no válido', dijo la pantalla. Dibujé una aspa. Lo mismo.
- Eso es que ya tiene usted uno, y no son esos.
- ¡Que yo no he hecho nada! Bueno mira, que me tengo que ir, ya lo veré después.

Las almejas
Y cuando se abran, el pescado











A los diez minutos, y en mitad de la calle, sonó el teléfono.
- ¡Ahora tiene el fondo de pantalla de antes!-, solté yo hablando sola.
- ¿ Y a esto qué le pasa? Sigue sonando y no hay registro de llamada, qué pesadez de móviles, un día tiro todos los teléfonos, y me voy a quedar en la gloria.
Dentro del bolso salia una luz y un zumbido. Saqué otro móvil igual que el mío, era el del técnico que lo andaba buscando y Rosana llamaba desde el suyo para ver si lo localizaban por el sonido. Entonces, llamó a mi móvil, y yo ya no podía hablar de las carcajadas que estaba soltando. Tan fuertes, que salió un señor a su terraza a ver qué pasaba, con su taza de café y todo. Tuve que volver a casa para entregar el móvil a su dueño, que era de un modelo más moderno que el mío, de ahí lo del patrón de dibujo. Siempre ha habido ricos y pobres.

Emplatar y servir caliente



Merluza al Oporto, a la Montignac

Esta receta es apta para el método Montignac, la harina para el rebozado de la merluza, es de garbanzos.

Ingredientes.

750 gr de merluza en rodajas.
3 dientes de ajo pelados y partidos.
1/2 cebolla en brunoise.
200 gr de almejas o chirlas.
Harina de garbanzos para rebozar.
1/2 vaso de agua.
1/2 vaso de vino blanco de Oporto.

Elaboración.

Pasar la merluza en rodajas por la harina de garbanzos y freír ligeramente. Reservar.
En el mismo aceite, sofreír los ajos y la cebolla. Cuando estén blandos, añadir el agua y remover unos minutos para que espese.
A continuación, el vino de Oporto. Llevar a ebullición e introducir las almejas (en este caso, chirlas de Málaga). Tapar.
En cuanto se abran, poner las rodajas de merluza y calentar todo junto 5 minutos para que se mezclen los sabores.
Emplatar y servir caliente.