sábado, 29 de diciembre de 2012

Detapeo en Teatinos y la ollita para cocer pan.


Mi Manuel y yo conocemos a Juan Manuel y Aurora desde los tiempos de la Universidad, antes incluso de casarnos. Ellos se casaron justo una semana antes que nosotros, fue un buen año para esto del casorio.
Fuimos a tomar unas tapitas al establecimiento que han abierto en Teatinos, que se llama así: Detapeo.
Antes, en Málaga, solían dar una tapita con la cerveza o el vinito, pero eso se perdió como perdimos Cuba. Ellos lo han reinventado y me gusta. Por 2 € te tomas la copa y una tapa de las que dan ellos, aquí están las que había ese día.




Es algo así como que estás en casa, vas a la nevera, te abres una cerceza y luego miras a ver qué puedes tomar para acompañarla, sólo que en Detapeo te la sirven estos dos camareros, hermanos e hijos de Aurora y Juan Manuel: Carlos y Javier, guapos y simpáticos a más no poder.



Como nosotros ya no estamos para los taburetes de la barra que son muy monos, pero el cuerpo no nos da para muchos malabarismos, nos sentamos en una zona más reservada con mesas que nos resultan más cómodas. Los fines de semana, dan tapas de marisquito, callos, migas... Ya están preparando una carta de Delicatessen de Barbate: atún en manteca, mojama de atún de almadraba, ventresca, lomo de bonito seco y muchas más cosas exquisitas.
La gente joven tiene un sitio especial para ver los partidos de fútbol a su aire, están permitidos los gritos, los uyyyy, y las protestas a los árbitros.

 Aquí está Javi - niñas, está soltero - tomando la comanda, Juan Manuel, Aurora y mi Manuel de espaldas con su magnífico pelo blanco.


Y empezaron a traer cosas:


Aceitunas aloreñas, buenísimas; navajas de la bahía frescas y sin arena, ensaladilla rusa y coquinas de la Caleta salteadas.










A Juan Manuel le gusta la cocina malagueña y ese día tenían gazpachuelo, me encantó porque soy una fan del gazpachuelo, que era de pescado y gambas; espesito, como debe ser. De remate, profiteroles.











A los postres, una sorpresa. Le había comentado yo un día a Juan Manuel que me gustaría comprar un Pudding Steamer, o sea, una cazuela con tapa para hacer el Christmas Pudding que hago todos los años. (La receta Aquí). Trajo Juan Manuel un paquete y me lo dio ¡Qué emoción! Yo, venga a preguntar qué era y nadie decía nada, hasta que Aurora soltó: ¡es una ollita para cocer pan! lo que no anda muy descaminado, la verdad. Ya tengo mi ollita para el pudding. Gracias.


Pues ha llegado el momento de las confesiones: este año, tan ilusionada con mi molde nuevo que estaba yo, mientras cocía el pudding al baño maría, me puse a hablar por teléfono con mi hija Maricruz y se me fue el santo al cielo. Nada más colgar, empecé a notar un cierto olor a quemado y, efectivamente, se había quedado sin agua la cazuela donde estaba el pudding en su baño maría, que ya no era baño ni nada, ahora parecía un horno de fundición. Le eché más agua, terminé de cocerlo y recé para que por lo menos, tuviera arreglo. Cuando lo desmoldé, estaba negro, negro.

- Ay, vaya tela con los despistes ¿Qué hago yo ahora? - me dije yo a mí misma mientras miraba aquella especie de tapón gigante quemado. Como todo tiene arreglo, cuando se enfrió quité con un cuchillo la capa exterior quemada y apareció el pudding debajo. Pues no estaba ni seco ni sabía a quemado ni nada, qué suerte. La ollita sufrió un poco, pero está en perfectas condiciones de uso, bien está lo que bien acaba. Mea culpa.



Volviendo a Detapeo, a la hora del café fui a pedir un Voluto, pero como me dijeron que no lo traía George Clooney, me tomé un descafeinado. Pienso volver a menudo, ¿quién necesita a Mr. Clooney teniendo un buen Detapeo?















domingo, 16 de diciembre de 2012

Ensalada de naranjas y el pequeño tamborilero



Hay un nene en el vecindario que le tomó afición a esto de tocar el tambor, cosa de lo más normal en Andalucía donde todo lo arreglamos sacando los santos a la calle. Que no llueve, santos en procesión para pedir lluvia; que llueve sin parar y estamos todos cada vez peor del reuma, santos en procesión para pedir que deje de llover. La única diferencia, es que los tapamos con plásticos en el segundo caso, que tienen que durarnos mucho. Y claro, donde hay una procesión, hay una banda de música con tambores. Entonces, a los niños se les antoja y no paran hasta que les compran un tambor de juguete con el que dan la murga durante un tiempo.


A la mayoría se le olvida, pero los hay que se entusiasman y siguen. Este niño empezó a los cuatro añitos o así, y la verdad es que era muy gracioso, tan formalito, desfilando entre los parterres de la urbanización, dando vueltas y haciendo sus pausas y todo. Solía bajar con el padre o la madre al filo de las ocho de la tarde, y ensayaba un ratito. Al año siguiente, ya aprendió a hacer redobles, qué monería. Le compraron otro tambor que, aunque pequeñito, ya no era de juguete. Ahora sonaba más. Y el niño tenía ritmo, nos acostumbramos a que sonara todos los días a la misma hora. Deben ser casi las ocho, decíamos en casa.


El niño ha ido creciendo - el tambor también -  ahora debe tener como siete años. Lleva hasta grupo de amiguitos aficionados al aporreamiento tamboril y menos mal que suele tocar él sólo, los demás le acompañan como una corte pretoriana.
Hace unas semanas, la cosa pasó a mayores. El tamborilero y sus fans se dedicaron una tarde entera a dar zambombazos al tambor con la baquetas, vaya jaleo, sin ritmo, armonía, swing ni nada. Esto pasaba de castaño a oscuro, así que decidí tomar cartas en el asunto y me asomé al balcón.
Yo no necesito gritar, ni me gusta ni hace falta. Basta con poner las manos rodeando la boca, en forma de bocina y la voz se proyecta que da gusto. Esa es la buena noticia. La mala, es que suena un tanto fantasmal, como de ultratumba, queda un poquito raro.


- Niño... niño... ya está bien con el tamborcito ¿no? Que llevas más de cuarenta minutos dando porrazos, hijo mío... El niño miraba a su alrededor con cara de asombro, sin saber muy bien de dónde venía aquella voz. Los adláteres, también. Hice señas con los brazos, como cuando los naufragos quieren que los descubran los de los barcos que pasan a lo lejos. Cuando me vieron, insistí.
- Sí, sí, que ya va siendo hora de que lo dejes, anda guapo... De un banco cercano, se levantó una señora joven, que resultó ser la madre, y empezó a gritar - no todo el mundo sabe lo de las manos en forma de megáfono -.


- Uf, uf... No te metas con mi niño, que no está haciendo nada malo.
- Si yo no digo que esté haciendo nada malo, lo que hace es mucho ruido, que no hay quien aguante esos porrazos, mujer... que lleva ya mucho tiempo con el machaqueo...intentamos razonar mi voz apocalíptica y yo.
- Vaya, qué delicadas somos...ni que el niño estuviera matando a alguien... Por lo visto, aquí no te puedes quejar hasta que no hay un baño de sangre o algo así.

Se fue a por el niño, lo agarró y se lo llevó a su casa con aires de reina ofendida. Con lo fácil que habría sido apuntar al niño en la cofradía de La Esperanza, o en la banda Gibraljaire, que se pasan la vida ensayando para que cuando sacamos a los santos vayan a compás, como debe ser, y no dan la lata a nadie porque para eso lo hacen en sitios donde los de los alrededores ya están acostumbrados, y van y vienen marcando el paso como algo natural.












En este punto, los del club de fans del tamborilero, reaccionaron. Uno me hizo corte de mangas, otro se volvió y me enseñó el culete moviéndolo como los patitos sobrinos del Tío Gilito y el más pequeñajo, que no levantaba ni un palmo del suelo, apretó los puñitos a la altura del pecho, entrecerró los ojitos y ¡me sacó la lengua! No bajé a comérmelo a besos, de milagro. Tardé mucho rato en poder dejar de reírme para contarle a mi Manuel lo que había pasado, que me dijo lo de siempre: un día me van a pegar por tu culpa. Yo comprendo que los niños iban armados con baquetas, pero no creo que sea para tanto...

Ingredientes. No doy cantidades.
Naranjas.
Azúcar.
Caramelo oscuro:
  • 350 gr de azúcar
  • 5 cucharadas de agua.

Elaboración.
Lavar y secar bien las naranjas. Pelarlas con cuidado, para no arrastrar la parte blanca. 
Cortar en juliana muy fina las pieles de la naranja y escaldarlas en agua hirviendo, a fuego suave, durante 3 minutos. Colar y reservar.
Terminar de pelar en vivo las naranjas y cortarlas en rodajas. Colocarlas en un cuenco y espolvorearlas con azúcar.
Reposar durante 2 horas como mínimo.
Hacer el caramelo con el agua y el azúcar, cociendo a fuego vivo durante un par de minutos o hasta que tome color ámbar.
Colocarlo rápidamente sobre un cuenco con agua e hielo, para detener la cocción y que no se queme.
Volcarlo sobre el mármol de la encimera o sobre una lámina de silicona y extenderlo. Dejar enfriar. 
Cuando esté bien frío, romperlo con el rodillo de amasar, por ejemplo, o con cualquier otro utensilio firme. 
Colocar las tiras de piel sobre las naranjas, y por último, los trozos de caramelo. Servir frío.