lunes, 29 de octubre de 2012

Mermelada de higos. Una mañana de compras.



Pues hace como dos semanas, teníamos que comprar algunos regalos y como llovía a mares, en vez de callejear que es lo que nos gusta, nos fuimos mi Manuel y yo a El Corte Inglés, que hay de todo y además no llueve dentro. El resto del mundo tuvo la misma idea, qué ambientazo. Comprar, lo que se dice comprar yo creo que compraban poco, pero nos encontramos a todo calle Larios dando vueltas por allí. Sólo faltaban los que hacen de estatuas vivientes, el de los cupones de la ONCE, los que pasean a los perritos y el de las pompas gigantes de jabón.

Lavar los higos con cuidado

Ya que estábamos, aproveché para comprar maquillaje que necesitaba y mi eau de parfum que había terminado y yo, sin mi fragancia, no soy la misma. Había una promoción: si comprabas otro producto más de la misma marca, te regalaban un kit completo de máscara de pestañas, serum antiarrugas, y no sé cuántas cosas más. A punto estuve de caer en la tentación, pero recordé a tiempo que ya tengo de todo eso y me resistí. Así es cómo vas a por una sola cosa y vuelves con la Visa echando humo y un montonazo de artículos que ni necesitas ni nada, y al final te hace tan poca gracia que cuando te pones el serum, te sale sarpullido y todo, del mal cuerpo que se te queda.

Partirlos en dos

Tenía más o menos pensado lo que quería, de modo que la angustia del qué le compro a estas criaturas me la ahorré por esta vez y nos encaminamos a las tiendas de marca que hay todas juntas, y que tienes que fijarte mucho para saber dónde te encuentras, porque no están separadas. Tú piensas que estás viendo artículos de Bimba y Lola, por ejemplo, y cuando miras el precio te da un patatús. Sin darte cuenta, te has colado en Carolina Herrera y no es lo mismo, claro. Doña Carolina no se anda con tonterías a la hora de cobrar, y para eso hay que estar preparada desde unos días antes.

Colocar capas alternas de fruta y azúcar


La vendedora estaba atendiendo a una señora. Es la ley de Murphy: si sólo estás mirando, se acercan en batallón a preguntarte si necesitas ayuda, pero si vas a tiro hecho, seguro que está la pesada de turno monopolizando al personal. Eso fue lo que pasó. La señora,  hizo probarse a la dependienta todos los pañuelos de cuello que había, que eran muchos, mientras yo rezaba por que no fuera una fan de Isasaweis y no hubiera visto su vídeo acerca de 'las mil y una maneras de colocarse un pañuelo de cuello, bufandas y fulares', que dura la friolera de 14 minutos y 50 segundos. Muy bonito.

Terminando con el azúcar


 Estuvimos esperando tanto, que la dependienta nos miró desde lejos y nos dijo:
- En seguida les atiendo, un momento. Qué detalle...
- Nada, nada - dijo mi Manuel -, no se apresure, nosotros estamos aquí per-dien-do-el-tiem-po, tan a gusto. Y se quedó tan pancho. Yo me eché a reír y la señora nos miró como con rencor, no entiendo yo el porqué.

Añadir el zumo de los limones


Al final, no compró nada, la vendedora nos atendió, yo pude comprar los regalos que quería y además,  me compré un pañuelo precioso que, a ella le quedaba superbien, que me había fijado yo cuando la demostración. Me lo pongo de la manera cincuenta y siete del vídeo de Isasaweis, o sea, divino. Menos mal que la mermelada la había hecho el día anterior, porque había pensado hacerla al volver de las compras, ahí anduve lista.

Hervir a fuego suave, 45 min.


Ingredientes.
2 kg de higos.
1 y 1/2 kg de azúcar.
El zumo de 2 limones.

Lavar los higos con cuidado de no deshacerlos, secarlos con un paño, quitarles el pedúnculo y partirlos en dos.
Colocarlos por capas en un recipiente, con el zumo de los limones, y el azúcar, alternando las capas de fruta con las de azúcar, empezando y terminando siempre con el azúcar.
Entrar al frigo al menos tres horas. Yo lo dejo siempre una noche.
Hervir durante 45 minutos, a fuego suave, removiendo con bastante frecuencia.
Los higos deben estar tiernos y el jarabe denso.
Dar unos golpes de batidora, si se quiere, y embotar en caliente, poniendo los botes cerrados boca abajo hasta que se enfríen.


martes, 23 de octubre de 2012

Empanadillas "Rosalía", los juzgados y su señoría





Mi amiga Rosalía es letrada porque estudió leyes y porque además entiende y sabe de letras, no como aquél hombre del campo de Manolo Escobar que, pese a todo, el que le buscaba lo encontraba, qué bien.

Cuando subí esta entrada Aquí de cómo hacer unas empanadillas fritas hojaldradas, me dijo que ella las hacía al horno. Me gustó la idea, aquí están y por eso llevan su nombre, a cada uno lo suyo.

Mientras las hacía recordaba mi experiencia en los tribunales. Por mi profesión, emito muchos informes psicológicos y me paso mucho tiempo en los juzgados yendo a ratificar los informes y en contacto con abogados de una y otra parte. Pero una vez, tuve que vivir la experiencia desde el otro lado. Un paciente en desacuerdo con el informe que emití en una demanda de divorcio, me demandó a su vez, por revelación de secreto y tuve que buscarme un abogado penalista y un procurador, que todavía no tengo yo muy claro la figura de los procuradores, pero los abogados y ellos siempre van juntos en esto de los juicios.




 Primero teníamos que comparecer ante el juez, que decidiría si había motivos o no para encausarme, o como se diga eso. Fuimos al despacho del juez en los juzgados que entonces estaban en el Palacio Miramar, que cualquiera que haya ido sabe que era un laberinto de despachos y pasillos, todo muy desordenado y sin señalizar ni nada. Después de esperar un montón de tiempo, nos llamaron. Entramos detrás de alguien que nos iba guiando y al rato de dar vueltas y atravesar salas y ficheros, entramos al despacho del juez y empezó la cosa. Muy educado, me indicó con la mano que me sentara en la silla frente a su mesa, y por poco le doy la mano, como la tenía extendida… Mi abogado, que se dio cuenta, me dio un codazo.

El juez me preguntó mi profesión, cuántos años de experiencia tenía, y no sé cuántas cosas más. De repente dice:
-     Que ella estaba presente cuando la parte actora…
-      ¿Ella? Ella no estaba, sólo estaba yo con el Sr. X… ¿Quién es ella? – dije yo con los ojos como platos -.
-      Señora, no interrumpa por favor, que estoy dictando a la secretaria – dijo el juez.



Era verdad, había una chica tecleando en un ordenador al lado del juez, que se echó a reír. Primer pisotón de mi abogado que estaba sentado a mi izquierda.

-       Ay, perdone, señoría, no me he dado cuenta…
-       Bueno, bueno. A ver por dónde iba…

Siguió preguntando, la secretaria pudo escribir sin que yo la interrumpiera, y llegó el turno de preguntas de la abogada de la parte actora, o sea, el que me había demandado, para entendernos. Estábamos metidos en el asunto de lleno, cuando sonó mi móvil.
,    Señora, ese móvil, por favor, apáguelo; en realidad tenía que estar apagado, - dijo el juez.
-     Uy, perdón, balbucí yo intentando apagar el móvil. Segundo pisotón de mi abogado, que me quitó de un manotazo el móvil porque yo no daba con la tecla y lo apagó.
-         Es que es nuevo de ayer, y no sé cómo se apaga, disculpe. El juez me miró con cierta intensidad.



La abogada de la parte actora siguió interrogándome como si yo fuera el enemigo público número uno, que se ponen todos hechos unas fieras, parece que se toman el asunto como algo personal;  y al rato el juez me dijo que saliera y esperase. Me levanté, dije buenas tardes porque ya era tardísimo, salí por la puerta y me perdí. No había manera de volver a la galería donde está todo el mundo hablando por las esquinas con sus abogados y mirándose de reojo unos a otros, qué poca intimidad. Estuve un rato dando vueltas por despachos vacíos, habitaciones-ficheros, puertas que daban a otras puertas… y al abrir una puerta resultó que era el despacho del juez del que había salido, sin querer había vuelto al punto de partida. Me miraron todos como congelados en el tiempo.

-         Uh, perdón, es que no sé salir con tanto despacho y eso…
-         Letrado, acompañe a su cliente, a ver si podemos terminar, rezongó el juez reclinando la frente en su mano derecha.



Mi abogado saltó como el rayo. Esta vez no me pisó, esta vez me agarró por el brazo y me arrastró mientras yo intentaba no perder la compostura porque parecía que me llevaba ya detenida, qué nervio de hombre…

-        ¿Qué te había dicho? ¿Yo qué te había dicho?
-        Pues no sé… no me acuerdo yo… ¿De qué?
-       Te dije que esto no era una reunión informal, que había que estar atenta y que no se puede estar tan suelta, hablando sin que te pregunten, interrumpiendo… vamos, por Dios, que has estado hecha un desastre…
-       Pues anda que tú… venga a darme pisotones, a mirarme mal, y que me has sacado a empujones, que me he dado cuenta, no te vayas a creer; que pareces el abogado de la otra parte, hijo mío.

Entró otra vez por el túnel del tiempo y yo me fui a casa a intentar adivinar cómo demonios encendía el móvil de nuevo. El juez desestimó la demanda, el abogado y el procurador me cobraron un pastón y desde entonces, todos mis informes van estampados con el sello de “Confidencial” por todas partes, que no sé ni cómo los pueden leer.


Ingredientes. No doy cantidades.
Obleas de empanadillas.
Atún en aceite de oliva.
Mejillones en escabeche.
1 ó 2 huevos cocidos.
Salsa de tomate casera.
2 yemas de huevo crudas.

Elaboración.
Picar el atún, los mejillones y los huevos cocidos. Colocarlos en un cuenco.
Añadir el tomate frito poco a poco hasta que la farsa quede unida pero sin estar demasiado líquida.
Mojar el borde de las obleas con agua, colocar una cucharada de relleno en el centro y doblarlas sobre sí mismas.
Unir los bordes presionando con un tenedor.
Colocarlas en la bandeja del horno, sobre un silpat o ligeramente aceitada.
Hornear a 180º durante 10 minutos aproximadamente.
Listas para servir.







sábado, 13 de octubre de 2012

Anchoas en salazón y los Percheles marineros


En Málaga, lo salado lo llevamos en las venas. Desde el tiempo de los Fenicios, sabemos poner en salazón casi todos los pescados, y tenemos uno de los barrios más antiguos en esto de manufacturar los productos del mar: El Perchel, o Los Percheles, que incluso citó Don Miguel de Cervantes en su Don Quijote, ahí es nada.

Cuando los Reyes Católicos conquistaron Málaga después de matar a casi todo el mundo y esclavizar a los que quedaron, los nuevos dijeron que eso de colgar los pescados en perchas para secarlo estaba muy bien, pero que echaba mucha peste, así que los mandaron al otro lado del río Guadalmedina, a la margen derecha. Desde entonces, la gente bien de Málaga, eran los que vivían en la margen izquierda, la de toda la vida, aunque nadie supiera decir muy bien porqué. Ahora eso ha cambiado, el nuevo Paseo Marítimo, el de Poniente, es una zona de alto standing y está precioso. Es el Paseo Marítimo de Antonio Machado, la Glorieta de Antonio Molina, y el Paseo Marítimo de Antonio Banderas, que nos hacemos un jaleo con tanto Antonio junto, que no veas.


El Perchel ya casi no existe, sólo quedan las calles que lindan con la Iglesia del Carmen, que antes fue convento de los Carmelitas Descalzos, que no sé por qué los llaman así, porque todos llevan sandalias o zapatos que los he visto yo y me parece bien, no sea que les pase lo que a mi amiga Martine, que cuando llegó a España desde su Francia natal, en plena euforia hippie iba descalza por Torremolinos hasta que un día pisó una colilla sin apagar y todavía se acuerda.

En Málaga hay muchos barrios marineros, como es natural, y todos tienen su Virgen del Carmen, de modo que en torno a la mitad del mes de julio, no paramos de ver procesiones llevando y trayendo imágenes de la virgen con el niño, que entramos y sacamos de la mar por turnos con las playas llenas de gente que vitorea, aplaude, llama guapa, guapa y guapa a la virgen, se meten al agua para acompañarla mientras bendice las aguas y los marineros echan al mar flores en recuerdo de los marineros muertos ese año.











Entonces, los paseos marítimos se llenan de gente - la mitad en bañador porque las procesiones les pillan ya en la playa - , y una vez más, aparecen los que venden globos de Bob Esponja, galgos, corazones, caballitos... y los puestos de papas asadas, que ya hace falta tener ganas de comer papas asadas en julio. Pues la gente se las come, todo sea por una fiesta en la calle, que aquí vivimos en las calles donde socializamos todos, qué hacemos metidos en casa con el tiempo tan magnífico que tenemos.

Después de darse una vuelta por la bahía, vuelven a su templo ya de noche. Otra vez se llenan las calles de gente, los penitentes siguen a su virgen, la banda de música continúa tocando y se oye por todo el paseo marítimo cantar a los marineros que llevan el trono, Salve Estrella de los mares, de los mares Iris de eterna ventura. Salve, Fénix de hermosura, madre del Divino Amor... Es la Salve marinera, que siempre me ha gustado pero ese día me emociona, debe ser la sal que llevo en mis venas como buena malagueña. Para que luego digan los dietistas que la sal es mala.





Ingredientes.
Boquerones de la bahía, de buen tamaño.
Sal marina gorda.
Aceite de oliva virgen extra.

Elaboración.
Limpiar los boquerones, quitándoles las cabezas, las tripas, la espina y separar los lomos pero manteniéndolos unidos por la aleta caudal.
En un recipiente, colocar una primera capa de sal y encima una de boquerones. A continuación, otra de sal y otra de boquerones, hasta acabar con todos los boquerones. La última capa, será de sal.
Prensar y entrar al frigo durante un mes o dos. Yo los he tenido un mes.
Sacarlos, enjuagarlos para quitarles la sal y congelarlos para evitar el anisakis.
Por último,  ponerlos en otro recipiente cubiertos de aceite de oliva.
Listos para consumir.







lunes, 1 de octubre de 2012

Solomillo de ternera a la mostaza antigua y el síndrome de la claseturista



Ese viaje lo hicimos Conchi y yo en clase turista, no había billetes en Business. En los vuelos transatlánticos, llaman primero a los de Business que son a los que hacen caso los de la tripulación, los demás entramos así como en tropel que para eso somos los de clase turista.
Nos sentamos y tampoco está tan mal. Yo me pido ventanilla porque me encanta ver cómo despegamos. Antes han anunciado por megafonía las instrucciones que ahora incluyen la prohibición de reunirse ante las puertas de los lavabos  - claro, estamos todos deseando encontrarnos allí para planear cómo nos vamos a hacer con los mandos del avión amenazando con los palitos de remover el café y no sé cuántas maldades más -, y que tampoco los del montón podemos estar por las zonas de los privilegiados de Business. También han indicado las puertas de emergencia, lo de los salvavidas de debajo de los asientos, cómo ponerse las mascarillas y recuerdan que está prohibido fumar. Ahí es cuando los fumadores nos acordamos y nos entran unas ganas de fumar… 

Aquí estoy yo con el temible palito de remover el café, justo antes de embarcar.



Voy al lavabo, y a la vuelta me dice Conchi:
- ¡Qué poco has tardado! ¿No había nadie?
- Pues no… oye, un servicio la mar de mono.
- Pero… ¿tú dónde has ido?
- ¿Yo? Al lavabo ése de ahí enfrente, al que está detrás de la cortinilla.
- Maricruz, por Dios, ¡que has ido al lavabo de los de Business! El nuestro está detrás, al fondo del todo. Ya me extrañaba a mí, siempre nos toca ir al fondo de todos sitios.
- A mí me da lo mismo, nadie me ha dicho nada y como ya sé dónde está, con decir que me he equivocado si alguien me para, pues asunto arreglado.
Pobre Conchi, no hago más que darle disgustos.

Total, nueve horas y cuatro minutos como dijeron al principio del viaje, que ya es afinar con el tiempo. Y todo el rato siempre había alguien que se levantaba y hacía unos movimientos muy raros: flexiones de piernas agarrados al respaldo del asiento; estiramientos de los músculos y rotaciones de los pies; movimientos de cuello y manos… una especie de imitadores de Rudolf Nureyev o Maya Plisetskaya a los que sólo faltaba las mallas y el tutú. Eran ejercicios contra el Síndrome de la Clase Turista, que la gente ya está muy puesta en esto de la prevención. No sé si dará resultado, pero entretenido de ver, es un montón, mucho mejor que las pelis. 











Yo quise hacerlo también, pero Conchi me dijo que me estuviera quieta, que parecía mentira que tuviera la edad que tengo, y que un día nos iban a echar de cualquier sitio por culpa de mis tonterías. Así que vimos la tele de Delta, leímos, charlamos, nos amodorramos, volví a ir unas cuantas veces al lavabo de lujo, nos dieron una pizza vegetariana, miré por dónde íbamos en una pantallita muy mona, hice fotos para distraerme, nos volvieron a dar de comer unas cuantas veces más, y por fin llegamos a Atlanta, uno de los aeropuertos con más tráfico del país, lleno de gente que parece que vive allí. 

Después de subir y bajar por unas cuantas escaleras mecánicas, tuvimos que tomar una especie de metro para ir a la zona de recogida de equipajes ¡que funciona solo! No hay maquinista ni nada, lo lleva un ordenador y a mí me da no sé qué, pero es listísimo. En una de las paradas, una señora estaba en el andén “entro… no entro…” y se oyó una voz por megafonía: “se ruega que no obstruyan las puertas del tren”.  Sólo le faltó decir: “señora, ¡a ver si se decide de una vez! " Esto no lo tenemos en Málaga, hay que reconocerlo.


Ingredientes.

 Un solomillo de ternera limpio y sin cortar (este pesaba 1.700 grs.) 
 Lonchas de bacon ahumado.
 Mostaza a la antigua.
Aceite de oliva. 
1 Copa de brandy.
Sal.
Pimienta.

Sellamos el solomillo en una sartén con el fondo de aceite de oliva. Guardamos este aceite y salpimentamos.
Untamos el solomillo por la parte de arriba con la mostaza y lo envolvemos en tiras de bacon.
Lo colocamos en la bandeja del horno y lo rociamos con el aceite que usamos para el sellado.
Hornear a 180º durante 25 minutos aprox.















Sacarlo del horno, añadir la copa de brandy y flambearlo.













Subir el horno a 250º y hornear otros 15 minutos.













Dejar reposar unos minutos, lonchear y servir.