Hace dos sábados estábamos Conchi, Rosa, Aurelia y yo en una de nuestras comidas de chicas solas, en uno de los sitios más bonitos del centro de Málaga. Al pie de la Alcazaba, que está sobre el teatro romano, que a su vez está sobre los restos fenicios con los depósitos de garum, que el alcalde ha cubierto con una pirámide de cristal como la del Centro Pompidou en Paris, pero en versión Pocoyo , que como no tengas cuidado al acercarte, te metes el vértice de la pirámide en un ojo, os aviso para que lo sepáis.
Comentaba yo que en cuanto tuviera tiempo, subiría a Guisadora la receta de Conchi de la Pavlova. Es la más exquisita que he probado, que dan ganas de pedirle a Conchi que salude a los comensales y entregarle un hermoso ramo de flores, como las grandes de la danza. Y dijo Rosa ¿recuerdas cuando apareciste con un ramo de flores enorme en el aeropuerto de Nueva York, que llevaste desde Málaga?
Fue en mi primer viaje a Norteamérica, que ya cuento mis viajes como Colón, el primer viaje, el segundo, el tercero... porque siempre me pasa algo. Como era la primera vez, una amiga de la familia me esperaba en Nueva York para llevarme al aeropuerto de los vuelos domésticos porque tenía que ir hasta Norfolk en el estado de Virginia. A mi madre no se le ocurrió otra cosa que mandarle un gran ramo de flores que, por supuesto, tenía que llevar yo.
- Pero mamá ¿Cómo quieres que lleve las flores desde aquí?
- Anda, anda, que eso no te estorba y además no te cuesta ningún trabajo.
Pues salí con las maletas, la guitarra en su funda, el bolso en bandolera y la flores. Lo que nunca le conté a mi madre es que intenté dejar las flores en todos los aviones que cogí. Facturé las maletas y ahora sólo llevaba la guitarra, el bolso y las flores. Al llegar a Madrid, donde tenía que tomar el vuelo transoceánico, ya casi había salido del avión, cuando la azafata llegó corriendo con las flores Señorita, que se olvida las flores... Debió pensar que eran un regalo de algún enamorado, por cómo me miró y tuve que agradecérselo, encima.
Subí a un Boeing 747 de la Pan Am, grandísimo, con unas escaleras por dentro y todo porque tenía dos pisos. Todavía los asientos eran amplios y cómodos, de modo que a cada poco, cambiaba las flores de asiento y siempre las azafatas me las traían. Al final, ya nos sentamos juntos el bolso, la guitarra, las flores y yo. Cuando llegamos al John F. Kennedy, abandoné las flores otra vez y de nuevo la azafata Miss, miss, don't forget your flowers. Con la de cosas que se deja la gente en los aviones y nadie les dice nada. Recogí las maletas, que se sumaron a mis posesiones y me dispuse a pasar la Aduana.
- No puede pasar esas flores, por una cuestión fito-sanitaria. Esto lo dijeron en inglés, pero os lo pongo traducido. O sea, yo intentando perder las flores y me dicen que no las puedo pasar ¡por encima de mi cadáver! Ahora es cuando las paso, como me llamo Maricruz. A partir de ese momento, yo ya no sabía inglés, sólo español. Y se armó un jaleo. Me lo dijeron de todas las maneras, gesticularon la mar de bien haciendo nonono con las manos, y hasta escenificaron una plaga de microbios europeos escondidos en las flores, que los mataba a todos de una manera horrible. Yo, aparte de todo, quedé como cortita de mente, porque había que ser muy boba para no entender lo que decían, pero me daba lo mismo, yo tenía que pasar las flores. Buscaron un intérprete de español pero como era tarde, no había ninguno por allí, que en los años setenta, la gente en Nueva York no sabía tanto español como ahora, eso me salvó.
Para que os hagáis una idea, el ramo era como el doble de éste, una exageración de ramo.
Los de mi vuelo habían pasado la Aduana hacía ya mucho rato, yo seguía allí aguantando mecha, la amiga de mi familia me miraba detrás de unas cristaleras sin entender lo que pasaba y con tanto tira y afloja con las flores, nadie me revisó las maletas, que llevaba yo escondidos 1 kg de jamón serrano, dos salchichones de Málaga y una ristra de chorizos de Ronda. Espero que el delito haya prescrito.
Al final, me dejaron pasar las flores. Salí triunfante, y después de besar a nuestra amiga le solté estas flores son para ti, de parte de mi madre con sus mejores deseos, pero la próxima vez, ya te compraré yo flores aquí, que no veas tú el trabajito que me han dado las florecitas.
Al tiempo que nos reíamos, salimos pitando para el aeropuerto de La Guardia pero ya había perdido el vuelo de enlace. Tuve que ir en el último del día, que le llamaban "El lechero" porque paraba en todos los aeropuertos que había por allí abajo. Llegué cansadísima.
Ingredientes.
4 claras de huevo
200 gr de azúcar glas.
1 cucharadita de vinagre de vino blanco.
1/2 cucharada de maizena.
240 gr de nata espesa.
Fruta fresca troceada.
Azúcar glas para adornar.
Nata líquida.
Elaboración.
Poner las claras de huevo en un cuenco grande y batir con las varillas hasta que tomen volumen.
Ir añadiendo el azúcar glas en dos o tres veces, mientras seguimos batiendo, hasta que las claras se vuelvan brillantes y muy consistentes.
La prueba de que el merengue está hecho, es volcar el recipiente. No deben caerse del cuenco.
A continuación, añadir el vinagre y la maizena. Remover suavemente con una espátula.
Por último, colocar un papel de horno en la bandeja de horno, marcar un círculo de 18 cm aproximadamente, y extender el merengue.
Entrar a horno precalentado a 130º, durante 1 hora o una hora y 15 minutos. Depende del horno.
Debe quedar de un color dorado muy pálido, crujiente por fuera y cremoso por dentro.
A la hora de servir, montar la nata y colocarla encima del merengue.
Disponer la fruta lavada y cortada y espolvorear de azúcar glas.
Se puede regar cada porción con nata líquida.
NOTA: esta receta está tomada de "The joy of baking" y la ha hecho mi hermana Conchi, yo sólo hice las fotos, el vídeo y el relato.